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Transportista sanitario y hernias discales, el pan de cada día

Cuando le digo a alguien que soy transportista sanitaria, casi siempre me responden con un “Ah, qué bonito, ayudas a la gente”. Y sí, ayudas a personas enfermas, mayores o accidentadas es de lo mejor que tiene este trabajo… pero nadie te habla de lo que pasa después de las sonrisas y los agradecimiento.

Nadie te avisa de lo que de verdad se sufre con el cuerpo. Porque no todo son palabras bonitas, también están las consecuencias físicas, y la más repetida entre mis compañeros y yo es la dichosa hernia discal.

 

Un peso desorbitado

No exagero si digo que prácticamente todos, tarde o temprano, terminamos con algún problema de espalda. Da igual lo fuerte que seas, lo mucho que entrenes o lo cuidadoso que quieras ser: cargar con personas de 70, 80 o 100 kilos durante turnos interminables pasa factura.

Y la espalda no avisa, te la juegas en cada movimiento, en cada subida a un cuarto piso sin ascensor, en cada traslado con camilla por un pasillo estrecho.

 

Cómo es de verdad el día a día en el transporte sanitario

La gente se imagina que mi trabajo es parecido al de una ambulancia de urgencias, con luces, sirenas y adrenalina. Y a ver, hay días que sí, pero la mayoría son más “tranquilos” entre comillas. La rutina suele ser recoger pacientes que van a diálisis, a revisiones médicas, traslados entre hospitales o simplemente volverlos a casa después de una intervención.

Lo que no se ve es que detrás de cada traslado hay escaleras, camillas, sillas de ruedas que pesan lo suyo y pacientes que muchas veces no pueden colaborar nada. Nosotros somos los brazos, las piernas y la fuerza de quien no puede moverse. Y todo esto lo hacemos en espacios reducidos, con prisas, con las furgonetas mal aparcadas porque no hay sitio y con la tensión de no querer hacer daño a nadie.

Un ejemplo típico: subir a una persona de 90 kilos a un tercer piso sin ascensor. Eso significa que dos personas, tú y tu compañero, os cargáis el peso repartido y vais subiendo peldaño a peldaño, inclinando la camilla o la silla, girando en descansillos estrechos, intentando que no se tambalee. Cuando llegas arriba, la espalda ya ha hecho movimientos que ni sabías que existían.

A todo eso súmale las horas de espera, el estrés, los turnos largos y mal descansados. Porque aquí no trabajamos con horarios de oficina: hay días que entras a las 7 de la mañana y terminas a las 10 de la noche.

El cansancio acumulado hace que la técnica para levantar peso cada vez sea peor, y es ahí donde la hernia discal se convierte en una especie de sombra permanente en la profesión.

 

¿Qué es realmente una hernia discal?

Ahora viene lo interesante. Mucha gente no sabe qué es exactamente una hernia discal, aunque casi todos han escuchado que “es de la espalda”.

La Clínica Quirúrgica Calero y Manzano lo explican así: «Una hernia es un bulto que aparece en la pared abdominal o en la ingle, debido al prolapso de vísceras o grasa del interior del abdomen por un orificio, que puede ser a nivel inguinal (hernia inguinal), umbilical (hernia umbilical) o en la línea entre el ombligo y el esternón (hernia epigástrica). Existen otros tipos de hernia, pero son más raros«.

Al final, es algo que se sale de su sitio y aparece donde no debería. Lo que sufrimos más los transportistas sanitarios son las hernias discales, que afectan a la columna. No es lo mismo que las abdominales, pero el concepto es parecido: el disco que hace de “amortiguador” entre las vértebras se desplaza o se rompe, y presiona nervios que no debería tocar.

El resultado: dolor, calambres, rigidez y en algunos casos hasta perder fuerza en las piernas o no poder estar de pie mucho rato. Y lo peor es que no siempre se soluciona con reposo, a veces se necesita rehabilitación y en casos graves cirugía.

Yo he visto compañeros que han tenido que dejar el trabajo por culpa de una hernia discal. Y eso da miedo, porque significa que la profesión que tanto te gusta te puede dejar fuera de juego antes de tiempo.

 

El peso invisible que cargamos

No hablo solo del peso físico de los pacientes, que ya es bastante. También está el peso de la responsabilidad. Cada vez que levanto a alguien pienso en que no puedo fallar, no puedo permitir que se me escurra, que se golpee, que se haga daño. Eso te obliga a tensar el cuerpo mucho más de lo normal, y la tensión acaba pasando factura.

Cuando tienes veinte años recién cumplidos y entras en este mundo, piensas que puedes con todo. Yo lo pensaba. Me veía fuerte, capaz de aguantar mil horas de trabajo y de cargar con cualquier cosa. Con 25 años ya empiezo a notar que no es tan fácil.

El dolor de espalda aparece en los momentos más tontos: cuando me agacho a atar una zapatilla, cuando me levanto del sofá o cuando paso mucho tiempo conduciendo. Y sé que no soy la única, lo hablamos siempre entre compañeros. Es como si todos compartiéramos un secreto a voces: este trabajo es precioso, pero también nos rompe poco a poco.

 

Lo que hacemos para intentar evitarlo

Con el tiempo aprendes pequeños trucos para protegerte. Cosas como:

  • Doblar las rodillas siempre que vayas a levantar a alguien.
  • No girar el tronco de golpe cuando estás cargando.
  • Usar fajas de sujeción (aunque no son mágicas).
  • Pedir ayuda a más compañeros cuando el paciente es muy pesado.
  • Intentar organizar el trabajo para no encadenar traslados imposibles sin descanso.

El problema es que, aunque pongas en práctica todo eso, hay situaciones que no se pueden controlar. Si tienes que subir a alguien por un edificio sin ascensor, da igual la técnica: vas a sufrir. Si tienes que sacar a una persona de una cama estrecha y pasarlo a la camilla sin grúa ni material, tu espalda va a temblar.

La prevención ayuda, pero no lo soluciona todo. Lo que de verdad necesitaríamos es más apoyo, más recursos y que se entienda que no somos superhéroes.

 

El día que notas que la espalda ya no responde como antes, entiendes muchas cosas

De repente dejas de ser tan confiado, piensas dos veces antes de levantar peso y valoras más el descanso. Yo aún no he llegado al punto de necesitar cirugía, pero sí he tenido que ir al fisio varias veces y hacer rehabilitación.

Una hernia discal no solo afecta al trabajo, también a tu vida personal. Si estás lesionado no puedes hacer deporte, no puedes salir de fiesta a bailar toda la noche, ni siquiera puedes ayudar a tu familia con cosas tan simples como mover un mueble o cargar una compra pesada. Te limita en lo cotidiano, y eso desespera.

A nivel emocional también pesa. Hay días en los que piensas: ¿y si me tengo que jubilar antes de tiempo? ¿Y si mañana me toca una guardia complicada y no puedo con ella? Son preguntas que no tienen respuesta fácil, y que generan mucha ansiedad.

 

¿Qué me motiva a seguir?

Si sigo aquí es porque este trabajo me da también cosas muy buenas. Cuando un paciente te mira con agradecimiento porque le has tratado con respeto, cuando una familia te dice “menos mal que estabas tú”, ahí entiendes por qué merece la pena.

A veces pienso que somos invisibles, que la gente no sabe lo que hacemos ni lo que nos cuesta físicamente. Pero dentro de esa invisibilidad hay algo bonito: nos apoyamos mucho entre compañeros, nos reímos de lo duro que es, compartimos quejas y también cervezas al terminar la jornada. Esa parte de equipo es la que me mantiene.

 

Lo que me gustaría que cambiara

Si pudiera pedir algo, sería más inversión en recursos para nuestro trabajo. Cosas como grúas portátiles, camillas más modernas, vehículos adaptados y sobre todo plantillas más amplias para no tener que hacer esfuerzos imposibles entre dos personas.

También me gustaría que se hablara más de nuestra salud laboral. Igual que se cuidan otros sectores, nosotros también deberíamos tener revisiones médicas periódicas, acceso fácil a fisioterapia y apoyo psicológico, porque convivimos con dolor, con cansancio… y con el miedo constante a lesionarnos.

 

Cuidar la espalda es cuidar de nuestro futuro

Si estás leyendo esto y te dedicas a lo mismo que yo, quiero decirte algo claro: cuida tu espalda como si fuera oro. No ignores el dolor, no lo tapes con ibuprofenos y sigue como si nada. Haz ejercicio, fortalece la zona lumbar y abdominal, estira siempre que puedas. Y pide ayuda, nunca te cargues con todo tú solo por orgullo.

Lo que ganamos con este trabajo es importante, pero lo que perdemos si nos lesionamos es mucho más. La hernia discal no entiende de edades ni de ganas: aparece y cambia todo.

Yo tengo 25 años y ya lo sé de primera mano. Ojalá cuando tenga 40 pueda seguir trabajando sin dolores fuertes, pero para eso necesito aprender a cuidarme desde ahora. Y que la profesión en general se cuide también.

 

A veces me pregunto si vale la pena

Y la respuesta siempre es sí, porque lo humano pesa más que lo físico. Pero eso no quita que tengamos que ser conscientes de lo que pasa con nuestra salud, de que las hernias discales no son un “daño colateral” sin importancia, sino una realidad que condiciona vidas.

Lo único que quiero es que se hable de ello, que se entienda y que se respete. Que detrás de cada traslado hay un cuerpo que se está jugando la espalda y un trabajador que merece poder seguir adelante sin quedarse roto en el camino.

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