Dentro de unas semanas, un poco antes de Navidad, hará un año que falleció mi madre. Murió de un cáncer fulgurante. Fue anunciárnoslo, y a los tres meses se fue… Lo estoy escribiendo y se me están cayendo las lágrimas… ¡Me cuesta todavía asimilarlo del todo! Perder a un ser querido es verdaderamente una experiencia traumática, pero yo creo que cuando se trata de nuestra propia madre, el dolor es entonces tan intenso e insoportable que si uno no está bien rodeado y apoyado tiene que buscar ayuda de cualquier forma y tipo.
Personalmente es lo que hice yo cogiendo cita con el psiquiatra Dr. José A. Hernández, cuya consulta se encuentra situada en el centro de Alicante. Yo sentía que me hacía falta. No podía seguir en el estado letárgico en el que me encontraba, sin ganas de nada y llorando sin cesar. No sé si mi abatimiento fue causado por ser la más joven de mis hermanos y la única chica, aunque no digo que a mis hermanos no les afectara porque ellos también lo pasaron mal, pero el hecho es que mis hermanos supieron afrontar este drama mejor que yo y llevarlo de forma más serena.
En cuanto a mi padre, el pobre hombre, al verme tan mal y a pesar de haber perdido él también a la persona que más quería en el mundo, a su único y gran amor, intentaba, no obstante, ayudarme como podía pero el tema era demasiado arduo para él y entonces me acompañó al psiquiatra cuando fui por primera vez a consulta. Así pues, y tras un diagnostico individualizado, este profesional de la salud y bienestar mental y psicológico me propuso el tratamiento más adaptado e indicado para mí, éste consistió en la aplicación simultanea de intervenciones psicoterapéuticas y farmacológicas.
Etapas del duelo
El doctor supo, en efecto, entender mi dolor y aliviarlo rápidamente para permitirme llevar una vida un poco más “normal”. Entendí que sobrellevar el duelo era una de las pruebas más difíciles que se nos podían poner en la vida, pero que había que aceptar el hecho de ver irse físicamente a una persona que amábamos de toda nuestra alma aunque ello fuera un golpe muy duro. Lo primero era aceptarlo y dejar el tiempo cumplir con su misión para apaciguar el dolor poquito a poco. Según las investigaciones, sólo el paso del tiempo, el entorno familiar y/o social y el hecho de mantener unos hábitos de vida saludables son las mejores medicinas que puedan existir. Apoyándome en los consejos, del psiquiatra Dr. José A. Hernández, cuidé de la salud de mi padre y de la mía, siguiendo una dieta alimenticia equilibrada, haciendo ejercicios y, sobre todo, intentando llevar una vida similar a la que llevaba antes del fallecimiento de mi querida madre. Todo ello es fundamental para intentar evitarnos caer en una depresión muy profunda. A día de hoy, sigo con los encuentros psicoterapéuticos pero ya no tomo ninguna medicación. El hecho de ser escuchada y orientada me está permitiendo llevar mi duelo de manera más tranquila y he conseguido salir del pozo tan hondo en el que me había sumergido.
También con mi padre y hermanos hablamos a menudo de ELLA y la recordamos con sumo cariño: nos rememoramos su sonrisa y alegría por mucho que la echemos de menos. De hecho, el año pasado, a pesar del inmenso dolor que nos causó su pérdida, para honrar su memoria nos reunimos, sin embargo, toda la familia y celebramos la Navidad como a ella le hubiera gustado que lo hiciéramos. Mi madre era lo más grande del mundo, puro amor y no lo digo porque fuera mi madre sino porque es la pura y sencilla realidad y por esa razón se la quería tanto. El día del entierro, de hecho, la iglesia estaba abarrotada de gente y muchas personas tuvieron que quedarse fuera. Durante la ceremonia le dedicamos un emocionante escrito y le pusimos el preludio Op. 28, Núm. 4 de Frédéric Chopin, un compositor y virtuoso pianista polaco que a ella le encantaba. Fue muy emocionante pero a la vez muy bonito también…
Dentro de nada hará ya un año que mi madre se fue para el país del que nadie nunca vuelve jamás. Mi tristeza sigue presente pero poco a poco voy cobrando cierta serenidad porque a pesar de no estar ya físicamente presente, mi madre sigue viva, no obstante, en las notas de música de sus canciones y aires favoritos, en el dulce amanecer del día y en la puesta de sol, en los colores del arcoíris, en el canto de un pájaro y, sobre todo, en mi recuerdo. Y ello es lo más importante porque nadie muere del todo mientras permanezca en nuestro pensamiento y corazón…