Es lógico pensar que cuando un empresario ve un filón de negocio en un sector es normal que se lance a por ello sin medir demasiado las consecuencias. Es lógico pensar que cuando algo funciona van a salir empresas similares o productos similares por todas partes. Y es lógico pensar que cuanto más dinero se gane en esa actividad profesional más se invertirá en su desarrollo. Pero, ¿qué pasa si esa actividad profesional puede dañar la salud de los ciudadanos, dónde queda la ética?
Pensemos en un producto que pueda dañar nuestra salud, o no, dependiendo del uso que se haga de él: el alcohol. ¿Qué puede pasar si, de vez en cuando, nos tomamos una cerveza? Pues dejando a un lado ciertos sectores alarmistas la respuesta es nada. Teniendo en cuenta el nivel de ventas de este producto es obvio que hay fabricantes de cerveza repartidos a lo largo y ancho de todo el planeta ¿verdad? y, lógicamente, lo que quieren es vender y ganar dinero. ¿Tiene eso algo de malo? Pues a priori no, el problema surgiría si uno de esos fabricantes empezara a vender cerveza a menores de edad o se acercara personalmente a regalar cerveza en reuniones de alcohólicos anónimos.
Los extremos nunca fueron buenos
Pues con el sector de la estética pasa algo similar. ¿Qué tiene de malo querer perder algo de peso? Nada, es incluso saludable en muchos casos ¿Qué tiene de malo querer verse un poco mejor y recibir un tratamiento para conseguirlo? Nada ¿y qué tiene de malo broncearse la piel de vez en cuando? Nada…. Ahora bien, si la persona que quiere perder peso mide 1,60, pesa 50 kilos y la clínica estética la anima a perder diez kilos con tal de ganar dinerito la cosa cambia. O si somos unas adictas a los tratamientos de estética o al bronceado en cabinas de rayos UVA. En esos casos, el buen profesional debería ser quien se negara a tratar a esa persona, el que dijera STOP, el que pusiera el freno, y mucho más ahora que hay tanta gente que hace uso de la cirugía estética aunque no se informen bien de lo que están haciendo: dos tercios de los españoles que se someten a una operación estética no conocen la cualificación de su médico.
Hay grandes centros de estética que sí se rigen por una ética coherente. La Dra. Rosa Bonal es defensora acérrima de los tratamientos de estética para mejorar nuestra salud por dentro y por fuera pero se niega en rotundo a tratar a ninguna persona, hombre o mujer, que dé síntomas de tener algún tipo de enfermedad relacionada con el tratamiento que demanda. Sin embargo, hemos comprobado reiteradas veces, que muchos profesionales carecen de esa moralidad y que si alguien acude a sus clínicas para adelgazar, les da igual que pesen 80 que 40 kilos, porque ellos les darán lo que piden a cambio de un suculento fajo de billetes de 50. Supuestos profesionales que, obviamente, no lo son.
No puedo entender cómo aquellos que se hacen llamar “médicos” puedne pasar por alto nuestra salud para ganar moneditas. ¿No se supone que un médico es el que vela por nuestro estado físico y anímico? Da igual el adjetivo que venga detrás porque si delante pone doctor o doctora debes hacer honor a ese título: médico estético, médico alergólogo, médico oncólogo, médico cirujano… da igual, todos ellos deberían tener una ética firme e inamovible,
Por eso hago un llamamiento desde aquí, porque en el mundo, tal y como yo lo entiendo, el médico te ayuda a curar y no a enfermar, y en este mundo del revés esa lógica aplastante a desaparecido para dar paso a una incoherencia totalmente incomprensible.